Discos Críticas

Este disco como toda obra rompedora y trascendental está por encima del bien y del mal e incluso del propio autor y su trayectoria sagrada, toda vez ha decidido regalarnos este inmenso laberinto de pasiones en clave modal en plena desescalada a un nuevo mundo que da por finiquitado el suyo. Y eso es lo que le da toda su rabiosa modernidad.

El poeta laureado de rock, el señor Bob Dylan ha cruzado el Rubicón con este triple salto mortal que supone en su vasta carrera Rough & Rowdy Ways, demostrando que sobrevive a pandemias y tiempos convulsos e incluso a sí mismo y ahí se queda solo, como fiel cronista de una caducada civilización.
Una cultura pasada de moda, historiada y trufada de referentes, de robos y amor, de sedimentación lenta, totalmente analógica y romántica que ya no es más que un museo que se visita pero que no genera demasiado interés en aquellos que tienen menos de 30 años. A los demás nos funde en líquida añoranza pero nos hace pensar en que todavía hay esperanza aunque sea mínima de recuperar esos valores en los que las referencias tangibles sean literarias, musicales o históricas, marcan nuestro profundo ser.

Sorprenden varias cosas en esta curiosa grabación: su minimalismo sonoro frente a su barroquismo literario, su sonido tan especial y puro, el deliver vocal de una garganta que ha sobrevivido a todo tipo de matices tras unos años en la escuela del antojo crooner sinatrero (tres discos y uno triple, como en la etapa gospel, cuando se mete en un berenjenal se mete de lleno), sus letras kilométricas pero sustanciosas, su ataque al blues (como desde tiempo inmemorial, él es un bluesman) pero de una manera menos abrasiva que en Lonesome Day Blues mucho más Blonde On Blonde, obra maestra ésta donde las haya donde combinaba su propia invención mercurial (tosen las tuberías) con los bluses de Memphis cargados de vahos de opio.

Pero sobre todo destaca lo bien que se soporta la duración de las canciones, como si fuera una conversación con un buen amigo que dosifica el humor y el fundamento en dosis prodigiosas de mesura y calma, donde su forma de pronunciar enamora ( multitudes es mullllthhhiiiitiiuds)

Digamos que el minesotarra se ha debatido siempre en sus grabaciones entre el desaliño hermoso de propia intuición y un cuidado premeditado meticuloso (ejemplo: a Planet Waves le sigue Blood on The Tracks) siendo siempre el mismo pero diferente. Recordemos que en su última entrevista ha dicho que las canciones no admiten demasiado margen para la improvisación dejándonos a todos con los ojos a cuadros.

No percibimos más semejanzas de las necesarias con respecto a su última colección de canciones propias Tempest, su último ochomil pero la costumbre de grabar con un buen micro Neumann clásicos americanos ha tenido unos resultados excelentes de expresión y ha convertido la voz de lija de Pay In Blood en algo mucho más sutil y curativo como en Goodbye Jimmy Reed que tiene ese punto del Highway 61 pero en cubista, atención al lick de Charlie Sexton al final del estribillo (sensacional) con esa nota de brindis al silencio.

Si que notamos en el Premio Nobel una alianza telepática con los acontecimientos que cambian el Mundo ( 11S con Love & Theft) y un maridaje perfecto pero no intencionado como antídoto frente a la nueva plaga. Hasta dudamos de que no sea una especie de Bruja Lola del rock and roll, ya que donde pone las velas negras se cae el telón y se genera el incendio. O mejor, se abre la luz porque reconozco que la sorpresa de su canción con Kennedy como pretexto iluminó la oscuridad del encierro e hizo asentar determinadas explicaciones a lo inexplicable. Tras Murder Must Foul (un acontecimiento por si misma) llegó la dulce I Contain Multitudes con su motivo de guitarra tan Bill Frisell y ya casi aseguramos que habría nuevo disco. Ya con el blues fusilado con gracia titulado False Prophet se completaba la terna de supervivencia del confinamiento donde todos volvemos a lo esencial, a lo que te da vida, esperanza y sobre todo refugio. Papel higiénico, cervezas, frutos secos, vicios varios y refugiarse en los clásicos. Si los perros corrieran libres…

Este disco es su disco más confesional, pura sinceridad; mucho más que Blood On The Tracks donde contaba con el pretexto de los Cuentos de Chéjov. Lo que cuenta aquí no puede emanar de otra alma porque no la hay más errante o más rough and rowdy que la suya.

Ha optado por una escritura automática producto del encantamiento pero no dejando su maestría para convertir frases e ideas sueltas en una historia gracias a su mejor cualidad vocal que es el dominio del timing: no es un cantante al uso y puede ser más parecido al sonido de la trompeta de Miles o al piano de Keith Jarret o la guitarra de Wes Montgomery, como decía Sinatra «su voz suena a un chelo».

Y en éste Rough & Rowdy Ways la pista vocal, seguramente en primeras tomas, está captada en su gloriosa humanidad y es todo un primor escuchar los silencios de vértigo que se dan entre versos y esa contranota de la escuela de Billie y Willie. Esas décimas de segundo hasta que entra en las estrofas o incluso en el estribillo de I’ve Made Up My Mind To Give Myself to You son tan sobrecogedoras como la impresión que debe dar hacer puenting desde la cima del K2. Los silencios emocionan como en A Kind of Blue.

La secuencia de las 9 canciones/letanías/bluses canónicos o como quieras llamarlos es perfecta pero de propina tenemos su cara aparte, como si fuera un discurso de capitulación de una cultura y una historia de Occidente que ya solo vive de su propio recuerdo, el Murder Must Foul, un spoken word enciclopedia que demuestra que el autor de A-Hard Rain Is Gonna Fall es capaz de contener multitudes en cada verso. ¿No recordáis que se decía que con cada verso de esa obra maestra del The Freewhelin´ se podía hacer una canción?

Sorprende que a estas alturas, cuando un nuevo disco de Bob Dylan es tan necesario como siempre lo ha sido o quizás más, el sueño se haya cumplido. Un sueño tan improbable por su edad y por el esfuerzo que conlleva su composición y meterse en un estudio a grabarlo- algo que él siempre ha odiado- que debemos dar gracias de tener en el estéreo un disco tan valiente. Yo lo veo muy moderno por mucho que se vuelque en referencias del pasado y creo que trabajos de Nick Cave del tipo Boatman´s Call o del último Cohen, el de la trilogía final trascendental, han marcado mucho esta obra de arte. La más Waits del lote incluso por su nombre, Black Rider, es droga dura de hipnotismo en dos notas/tres pero también trae aromas de la espeluznante Black Eyed Dog de un ángel llamado Nick Drake.

A la modernidad contribuyen determinados fichajes que podrían ser sus hijos o nietos como su amiga Fionna Apple y el guitarrista Blake Mills y alejarse un poco de su obsesión por el piano y darle de nuevo cancha a las guitarras de todo tipo si bien Alan Pascua, su viejo camarada de la gira de 1978 se suma al elenco y Benmont Tench de los Heartbreakers ya sin su patrón, un viejo amigo y colaborador, garantizan que las teclas van a tener salero.

La producción sin productor acreditado, aunque imaginamos será de nuevo Dylan aka Jack Frost, es bella e innovadora, intimista y sincera como si lo hubiera aprendido todo y más de Lanois pero sin ser un calco. Quizás es lo más sorprendente, el groove y aire que respira un disco no preparado para el uso de mascarilla. Es más Lambchop o Mercury Rev, etéreo y ensoñador y en eso volvemos a toparnos con el  fourth AM sound de Blonde on Blonde o de Oh Mercy, quizás  las dos referencias propias a las que más guiñe el ojo: una conversación consigo mismo y unos tempos como los de Sad Eyed Lady of The Lowlands o Fourth Time Around , Ring Them Bells o Man in the Long Black Coat pero totalmente diferentes. Dylan, siempre el mismo pero siempre diferente.¿de cuantos artistas se puede decir esto aparte de David Bowie?

Rough & Rowdy Ways es una especie de nueva galaxia en su obra, otra más y van…, todavía más rica en recodos que Tempest o los anteriores hitos de su bella arruga y no es de extrañar que a muchos les traiga sabores de su grandioso Time Out Of Mind de 1997 aunque un servidor no le ve tanto la conexión salvo quizás con perlas como Standing In the Doorway  o lo que es lo mismo, de cómo unos músicos construyen una cama de ternura para que el bardo quite penas en el pasillo central de todo un paraíso sonoro.

Este disco como con toda obra rompedora y trascendental está por encima del bien y del mal e incluso del propio autor, toda vez ha decidido regalarnos este laberinto de sus pasiones en clave modal en plena desescalada a un nuevo mundo que da por finiquitado el suyo. Y esa es lo que le da toda su rabiosa modernidad.

Este momento merece un tratamiento digno a su categoría que, sinceramente, aunque estábamos muy ilusionados, no la esperábamos ni los más entusiastas.  El compositor de canciones (como concepto calidad extrema letra/música) más grandioso del siglo XX lo sigue siendo también en el XXI.

Porque Rough & Rowdy Ways contiene multitudes, ambientes y vientos de poniente (Key West es brisa , ni siquiera una canción) y nos demuestra que a Dylan le quedan varios saltos mortales mientras tengamos la suerte de disfrutarlo entre los vivos. Solo para el caso de que sea éste el último, cosa que ya dudo, representará en las enciclopedias la rúbrica más excepcional a una irrepetible trayectoria.

File  under: A Kind of Blue/ Popular Problems/ Boatman´s Call/Countless Branches/ Time  The  Revelator/Blonde On Blonde/Common One/ Fly Like An Eagle/Shepherd In a Sheepskin Vest/ Good  Old Boys/Nixon/ The Letting Go/ Let England Shake/So Much Guitar!/

Por Joserra Rodrigo


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