Críticas Discos

Reseña del noveno disco del siempre querido M. Ward

Ward echa mano de sus experiencias por esta ‘maravillosa’ industria musical llamando a cada cual por su nombre, con dardos envenenados para quienes no van de cara y como no, también un tratado de lo que realmente importa, la proximidad, la amistad real, el amor en su estado más puro e inocente.

En serio. A estas alturas ya no me hace falta justificar a M. Ward como el gran artista que es. Es de los músicos con los que me hago mayor, de los que me acompañan desde que lo descubrí a principio de los dosmiles gracias a Howe Gelb. Y nada más lejos que volver a contar todas su hazañas, las más conocidas y las menos, sólo me queda a cada disco contemplar su obra como un todo.

M. Ward ya no tiene que demostrar nada, creo que incluso él tiene claro que más allá de la popularidad alcanzada junto Zoey Deschanel en su proyecto retro-naïf, ya no conseguirá más atención a parte de sus fieles seguidores entre los que me hallo, ni falta que le hace.

M. Ward, mirada impertérrita
M. Ward, mirada impertérrita

Así que un apunte para la gran masa y/ó neófitos (si no es el caso salten líneas hasta la foto) que la carrera de M.Ward para mí se divide en tres etapas, su primera y más desconocida con un injustamente olvidado Transfiguration Of Vincent, etapa que culmina en el vigoroso Transistor Radio. Segunda, su paso a la liga de los artistas extraordinarios (y mejor considerados por la crítica indie-folk-alt.country y pichaforkasvarios) a partir del trabajado y genial Post-War, que junto con Hold Time considero su pico creativo hasta la fecha.

Tercera etapa, más tranquila, menos mediática, con discos notables que han pasado con más pena que gloria. Continúo pensando que A Wasteland Companion es muy bueno, que sin suponer ningún salto cualitativo adelante o atrás, está al nivel de su anterior. Y llegamos a More Rain, aunque más tibio (para mí) como en todos sus discos tiene perlas, ese Conejo Girl,  y así hasta este nuevo disco que nos ha pillado a todos por sorpresa por lo inesperado y que parece responder más a un impulso. What A Wonderful Industry no abre ninguna nueva etapa, ni ningún avance que valga.

¿Que más nos puede contar Matt Ward a día de hoy?, ¿alguna novedad?. No, en absoluto. Al menos en lo musical.  Ni mucho menos puede afirmarse que sea uno de sus mejores discos, ni tampoco de los peores, ni todo lo contrario.

Como decía al principio, con Ward sólo puedo valorar su intachable recorrido en conjunto, algo que es mucho entre los numerosos y sobrevalorados (para mi) «discos del año» de usar y tirar (ese afán…) y entre escuchas semanales en ristra como las longanizas, donde las largas trayectorias son infravaloradasa a más no poder (poned la vuestra: los jayhawks, los yolatengos…etc), quizás porque para los pocos que somos buscando entre la maleza nos hemos perdido (me pongo el primero si hace falta) queriendo estar a la última de todo (sabemos de todo… ay internet!/quien mucho abarca…)

Si, hemos perdido ese punto de fan loco y apasionado que rebusca en compulsivas escuchas por los recovecos de cada canción de su músico de cabecera, de su palo predilecto, hemos ganado en cantidad pero quizás hemos perdido en profundidad escudados en ese injusto «no me dice nada nuevo», pero ay!!!… ¿hoy en día hay algún disco que por nuevo se autojustifique?. Reflexión de garrafa aprovechando la coyuntura, vale, exagero pero me entedéis, no? al lío…

Hay aquí unas cuantas canciones marca de la casa, como no, puro M. Ward en ese mantenerse suspendido en el tiempo con su especial mirada nostálgica que nunca me cansa de Arrivals Chorus, y de la agridulce Shark, y de la maravillosa (y mi favorita del lote) El Rancho primas hermanas las tres de aquella Hold Time, que guitarras y que clase siempre.

No faltan sus rocanroles, Miracle Man tiene un estribillo maravilloso, Motorcycle Ride hubiera sido una gran tonada Wilbury, la playera Return To Neptune’s Net es deudora de la escuela Dick Dale. Esa sonrisilla por lo bajini de A Mind is the Worst Thing to Waste, un registro quizás limitado pero que no empaña para nada su manera de hacer que las palabras pronunciadas sean un instrumento más.

No puede faltar su vena country de dormitorio aquí en Kind Of Human, y como entra War & Peace!, una de esas baladas folk que parece menor y que con las escuchas, como con casi todas las canciones, ves sus maravillosas costuras, su bajo zozobrante, sus acústicas, sus puntéos de etiqueta, son habas contadas y sin embargo, teniendo en cuenta el espejismo que supone las ganas que tengo siempre de nuevo disco suyo, con las repetidas escuchas no se desvanece ese ideal de belleza musical que para mi representa.

M. Ward varía lo mínimo de un disco a otro, algún detalle, lo que tenga que decir, el tono de sus letras, el invitado que quiera traerse, para el caso Jim James, y a esperar que como en todos sus discos guarde
alguna perla que otra, sea en su vena surf, sea con alguna nueva afinación abierta que le fascine, o como crooner susurrante, o tal vez de avezado revisitador encubierto de Buddy Holly, su interpretación del folk y de la tradición, del rock’n’roll, del country, con su dulzor pop.

Continúa su camino sosegado de amor hacia la grabación analógica, sin giros de timón inesperados, ni sorpresas, quienes seguimos sus pasos sabemos que es un valor seguro de buen gusto y que sus discos son la coartada para recrear de nuevo su mundo atemporal ajeno a modas, para hacer sonar de nuevo sus guitarras, de nylon, acústicas, eléctricas, su J-45, sus gretsch, brindarnos su limitado susurrar (y de momento cruzo los dedos para que no le entre la vena sinte-ochentera que se extiende como una plaga).

En esta edición que nos llegó sin avisos ni adelantos ‘aquí te pillo aquí te mato’/»– porque me apetece ahora», el tono del disco es el factor diferenciador que se intuye jocoso desde la portada, las fauces de un tiburón que guardan el título What A Wonderful Industry, con más humor que maldad.

De vuelta de todo, en esta ocasión Ward echa mano de sus experiencias por esta ‘maravillosa’ industria musical, sin afectación y llamando a cada cual por su nombre, tanto a quienes agradece haber encontrado, como a quienes preferiría no haber conocido, dardos envenenados para quienes no van de cara y como no, también un tratado de lo que realmente importa, la proximidad, la amistad real, el amor en su estado más puro e inocente. En definitiva, cada disco lo recibo con los brazos abiertos porque sus canciones serán siempre un bálsamo.

1. Arrivals Chorus / 2. Miracle Man / 3. Shark / 4. Motorcycle Ride / 5. El Rancho / 6. Sit Around The House / 7. Kind of Human / 8. A Mind is the Worst Thing to Waste / 9. Return to Neptune’s Net / 10. Poor Tom / 11. War & Peace / 12. Bobby

Latest posts by Chals Roig (see all)


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Artículos que te pueden interesar