Discos Críticas

todas sus canciones deslumbran gracias a una voz que aparenta melancolía, timidez y serenidad, en perfecta armonía con un secundario cóctel de country, gipsy jazz, tropicalismo y soul sureño

La cantante, bajista, compositora (y también actriz) de Memphis anda muy activa durante el año en curso. Primero fue la publicación del EP «Gotta lotta rhythm» con ese proyecto paralelo que es Motel Mirrors junto a John Paul Keith y su esposo Will Sexton, donde versionaron a clásicos como Patsy Cline, Glen Glenn, Wanda Jackson y Jimmy Reed. Después apareció su (brillantísima) colaboración en el «solsticio» de Luther Dickinson & Sisters of the Strawberry Moon. Y ahora se ha despachado con un álbum, cinco años después de su última personal grabación de estudio que llevaba por título «Runaway’s diary».

Amy LaVere - Painting blue (2019) 2
Sin más preámbulos y sin dejarme llevar por la moderación o la templanza, he de manifestar que «Painting blue« me parece una auténtica maravilla, un serio candidato a mejor disco femenino del 2019, donde todas sus canciones deslumbran gracias a una voz que aparenta melancolía, timidez y serenidad, en perfecta armonía con un secundario cóctel de country, gipsy jazz, tropicalismo y soul sureño.
Es precisamente a medio camino entre la música americana de raíces y la fusión que renovó la música brasileña en los sesenta donde retoza un tema de candidez y emotividad desorbitada como «Girlfriends«. Otros a tener muy en cuenta son «You’re not in Memphis«, una variedad de delicado folk con instantes intensos gracias a los coros y a un órgano con querencia hacia el funk, o «Love i’ve missed«, pura melodía de soul-pop.


Sin dejar de lado el resto de notables coplas como la inicial versión de John Martyn «I don’t wanna know«, el toque ochentero de «No battle hymn» o la escalofriante y conmovedora «No room for baby«, destacaría muchísimo los tres últimos cortes «Stick horse«, divina con ese acordeón, la versión de Elvis Costello «Shipbuilding« y el temazo que da título al disco. En ellos discurre una especie de improvisación y sencillez digna de los mayores elogios.
Para terminar esta reseña decir que durante lo que resta de esta añada nos venderán el producto con numerosos artefactos sónicos femeninos que seguramente se convertirán en más populares que el que nos ocupa de Amy LaVere, pero dificílmente alguno de ellos será tan delicioso e idílico como esta obra que nos ha teñido de un azul puro, diáfano y virtuoso.



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