Conciertos

«…aunque como todos los mortales ha tenido sus ups and downs, le ha merecido la pena ser Roy Harper y vivir su vida y sus tiempos, con pinkfloyds y zeppelines pasando por encima de su tremendo talento, volando más alto pero no tan a ras del suelo y la realidad como él».

Ni en sueños hubiera imaginado escuchar en directo a Roy Harper. El bardo de Rusholme, Manchester no es nada conocido en España y las únicas referencias y topicazos son los relativos a su intervención vocal en el Have a Cigar floydiano y la canción que en el III le dedicaron los Zeppelin, punto. Tremendo pero cierto.
Tuve la enorme suerte de conocer su música cuando no tenía un pelo en la barba en una de las recopilaciones más hermosas que existen y así caer enamorado de sus canciones, su voz (y efectos) y su forma de tocar la guitarra. Y quise sentir en ellas a una especie de Dylan inglés con ese balance equilibrado entre la crítica, el cinismo y la inteligencia, intercaladas con algunas de las tonadas/letras de amor/desamor más bellas que jamás he escuchado. Combinaban perfectas  It´s all right ma con I Hate de White Man; To Ramona con Commune.
Sus canciones eran y siguen siendo la perfecta representación de la englishness, de ese sentimiento marcado a fuego en mi generación, todavía mucho más influida en su niñez por las películas o series de la Pérfida Albión que por los Estados Unidos de América.
No lo dudé en cuanto se anunció. En julio del año pasado ya compré las entradas y pillé unos vuelos asequibles para cumplir el sueño. Y en el interim, va el bardo mancuniano y comunica que ésta será su última gira con medía docena de conciertos. Era el momento.
Acompañado de mi darlin´ companion que sabe de mi pasión por Roy desde que me conoció y en buena medida la comparte, nos liamos la maletita y como en tantas ocasiones marcamos otra escapada de nuestros conciertos especiales.
Entrar por primera vez en el London Palladium impresiona. Siete puestos con sus instrumentos preparados hacían presagiar algo único: piano, violín, chelo, trompeta, guitarra artwood de semi caja, las tres acústicas de Roy, bajo y batería.
Los aplausos, al entrar Roy tras la banda de seis, fueron atronadores (me recordaron a la primera vez que vino Elvis Costello a Bilbao)
Y en plena forma, fibroso y saltarín para sus ya cercanos 78 años, tomó asiento ataviado con su viejo chaleco hippie de pura lana de su Irlanda residencial. Vive en Cork hace muchos años, me le imagino por allí paseando con su gorrita de tweed lejos del mundanal ruido.
El set, corto por número de canciones, fue lo suficientemente intenso como para permitirse un break y marcar dos actos de una belleza aplastante pese a que a uno le hubiera encantado escuchar por lo menos entero su reco 1970-1975, esa selección culpable del hechizo a un chaval bilbaíno cursando el BUP a finales de los setenta.
Comenzó con la primera canción de su POM Stormcock (1970), una crítica devastadora contra el sistema injusto montado por la sociedad para juzgar los actos ajenos llamada Hors D’Oeuvres, su clásica letanía de corte dylaniano en fondo y forma con esos falsetes escalofriantes que ahora- es la edad- aunque no suban tanto resultan igual de erizadores de vello corporal.

Roy estaba en plena forma vocal, algo que tampoco esperaba y aquello, como comentamos, era estar en presencia de un grande muy grande (reviso mi caja de entradas: Bob, Neil, Caetano, Laboa, Waits, Ray, Van y Randy, stop) Big times.

Sonido perfecto, cálido, bandaza para la ocasión y un público entregado y provocador de su humor y risa teatral con mirada de diablo. Cuánto me recordó su elegancia y hippismo chic a mi amigo Bolo!
Segunda canción: la preciosa y brumosa Time is temporary de su exquisito último trabajo hasta la fecha Man & Myth (2013) exiliado en este enlace.
En ella hace balance de cuentas ante el último suspiro de la vida. La arruga es bella y añado, sabia.Y nadie como él junto a Michael Chapman y Bill Fay para componer esa especie de *British Recordings que se están marcando mano a mano y que algún día se estudiarán en los libros de historia y se catalogarán en los museos.
* en alusión a los American Recordings de Johnny Cash.
Aquí el chelo y el violín subieron al cielo y volvieron a bajar para barnizar las viejas maderas del templo donde desde los Beatles a Marvin Gaye actuaron para la capital del pop en el corazón del Soho.
La tercera fue una canción nueva- él va a sacar pronto el que ha dicho será su último disco- y aunque esa inclusión pudo privarnos en el setlist de alguna de sus maravillas, lo cierto es que conocerla de primera mano fue impresionante. Ya sonaba a clásico.
Don´t you grieve, sonó festiva y alegre para destensar la intensidad. Es la primera canción que escuché de él cuando en la tienda Beethoven, su dueño me dijo…»A ver si le distingues de Dylan…» Fue el gancho. Las pagas de dos meses se fueron directas a su caja registradora, creo que le fui pagando a plazos. Como EMI, su filial Harvest, no era un sello barato.
Para acabar el set y como razón primera de la gira (ya que la canción cumplía 50 años y todavía cuenta las verdades del barquero) eligió McGoohan’s Blues de su lp Folkjokeopus (1969) pero duró 20 minutos largos, comenzando como una diatriba acústica protesta y transformándose en algo muy común a Jethro Tull: folk-rock ácido y progresivo pero enraizado en el medievo. Y es que Roy también le daba a ese palo porque él siempre ha estado como una cabra y la camisa de fuerza no le aguanta un asalto. Es una de las personalidades del rock inglés más libres y menos vendidas de su magnífica historia, es curioso a tal efecto que sea el que ha transgredido más los dictados de las maneras que se suponen, con portadas saliendo en pelotas haciéndose una paja o con discos donde las primeras tiradas se tuvieron que retirar por censura de alguna de sus canciones. A veces, en lo musical veo una conexión con nuestro psiquiatra-músico de cabecera, aquí en Euskadi: el genio, the late great Mikel Laboa. Hay algo en el timbre, locura y estructura de esta canción que está dentro de los Lekeitios del genial donostiarra. Es música de raíz folk, popular al fin y al cabo pero ellos la convirtieron en pura metafísica.
Un descanso para ir al baño-ya se sabe la pintas es lo que tienen y es que allí se permite beber en las butacas- puerta oscilante contra incendios con cien capas de pintura, suelo enmoquetado y vuelta a una estupenda y centrada fila 11 en los stalls. Impresionante visión/audición desde esas localidades.

En el segundo set tenias que tener el pañuelo bien cerca porque tocaba llorar. Los acordes menores tienen un monumento y se llama Another Day, una de las canciones de mi vida, el Suzanne de Harper y no porque hable de té.
Cumbre del amor imposible visto desde el quicio de la puerta, tras haberlo intentado con té tibetano servido en tapete de flores y viendo que ella no ha sido la madre de tus hijos. Como un Turner lleno de una luz cegadora que de chaval no entendía de dónde procedía pero que paseando por Hyde Park a la altura de los jardines del Palacio de Kensington, en un rayo de sol lo comprendí.
Ahí nos agarramos las manos para aferrarnos al momento sublime del paso a acordes mayores en: Oh really my dear I can’t see what we fear, sat here with ourselves in between us.
 
Solo por ese instante no fue «Otro día más» y ha merecido la pena la locura de este weekend londinense. Luego, tras la Menina, recuperó una rareza ecologista de un disco ochentero que ni conocía llamado Work Of Heart, llamada Drawn To The Flames. Quizás aquí hubiera suplicado por un South Africa, un Commune o un Twelve Hours Of Sunset pero el jefe quiso que estuviera representado su lado, como dijo, de visionario ante el maltrato que le damos al planeta.
El sublime álbum Lifemask (1973) estuvo representado con el potente blues-folk Highway Blues, un auténtico tour de force y ese terreno donde Roy se daba besos con los Zeppelin de mi adorado III. Pensé, ingenuo de mí, que quizás apareciese por el lateral el señor Page como ocurrió en el concierto de su 75 cumpleaños. Menos mal, evitó el apechusque. Sensacional, engrasado, con garra, con vida, el único sentido que tiene su retirada es que merece el descanso del guerrero. En su introducción, habló de sus viajes de joven por Europa para recopilar experiencias y cultura.
Y qué curioso y significativo que para el tramo final fuera protagonista su disco HQ (1975) grabado a la vez que Wish You Were Here en Abbey Road. Para un servidor es su disco perfecto por la variedad y por la banda que le acompaña. La fama la lleva Stormcock y no les faltan razones a las enciclopedia pero HQ es igual de inmenso por Tutatis.
Hallucinating Light ese hippy vals tan alucinante hizo brillar a la banda como estrellas polares y uno hasta le encontró detalles de los Dead en esas guitarras fugaces y arpegios de balada de southern soul britannia. Maravillosa.
Y el final-no podía ser de otra manera- para el himno oficioso de Inglaterra como Waterloo Sunset lo es de Londres: la obra maestra, su cuadro de grandes dimensiones, su Knocking On Heaven´s Door, su highwater mark directamente transportado entre algodones de hierba fresca desde el Victoria & Albert Museum: When an old cricketer leaves the crease, el cierre del HQ, su milagro.
Hacer un símil de la muerte y lo que queda tra ella del alma de las personas en las cosas con el cricket, sus reglas, su pura englishness es algo solo alcanzable por los grandes maestros de la canción. Y Roy lo es, aunque no se le conozca lo debido.
Digamos que es una canción que entra en el catálogo categoría extraordinaria y está ahí con Village Green, English Rose o Shipbuilding en el adn de ese país cuya cultura adoro. Y escucharla en directo fue uno de las epifanías que me llevo de esta partido que es la vida.
La ovación final en pie del respetable tras ese interludio-sueño de Morfeo creado en su día por el gran David Bedford (su Robert Kirby) que tan bien interpretaron las dos músicos de las cuerdas y el trompetista como si fuera el sonido de una banda de metales norteña de tiempo inmemorial, me alivió la sensación de injusticia que he visto siempre con este sublime artista que incluso en su país no es lo suficientemente venerado.
Roy se emocionó y dijo que tenía sus ojos demasiado brillantes (son como los de un zorro) y que se iba a despedir en el bis con otra canción nueva para que «veamos de qué va su rollo ahora» mientras la gente le pedía clásicos desde todas las localidades a gritos sin parar.
Y fue entonces cuando sonó I love my times o I love my life no sé cual de los dos títulos será el definitivo porque alterna las dos frases en el estribillo. Y os prometo con la mano encima de mi copia del recopilatorio del sello Harvest comprado imberbe que Roy Harper lo ha vuelto hacer. Ha compuesto su Not Dark Yet, su himno de despedida y cómo dijo, aunque como todos los mortales ha tenido sus ups and downs, le ha merecido la pena ser Roy Harper y vivir su vida y sus tiempos, con pinkfloyds y zeppelines pasando por encima de su tremendo talento, volando más alto pero no tan a ras del suelo y la realidad como él.
Estoy deseando que salga ese disco, va a ser el disco arruga 2019 con casi total seguridad. Las dos canciones que presentó  (de nueve que tocó)  fueron de quitar el hipo.

Al día siguiente y antes de volvernos a Gatwick nos tomamos un un té a las cinco a su salud en el salón del Victoria&Albert Museum mirando sus techos y lámparas, pensando que algún día nuestros descendientes verán sus discos-esos tan caros de conseguir- en una de sus vitrinas, el lugar al que pertenecen.

And it could be Geoff and it could be John with a new ball sting in his tail
And it could be me and it could be thee and it could be the sting in the ale, the sting in the ale…

* Nota: a los Floyd Roy les pidió por cantar Have a Cigar un abono perpetuo para un viejo club de criquet. No sólo no lo cumplieron sino que ni le invitaron a una pinta.


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