Críticas Discos

Genio absoluto. Casi inabordable, en realidad, por tan extensa en matices obra -mucho más allá del número de referencias que se quieran contar- y catálogo de posibilidades a disponer. Alguien que ha dignificado la música contemporánea como muy, muy, pocos. Tal cual y sin más. Este hombre (como Randy Newman en su registro más limitado -aunque igualmente necesario- y tan alejado) se descojona de las pegatinas habituales, rompe la baraja y se limpia lo que la gana le de con ella… No es alguien ni medio normal, mirándolo todo desde esa silla de ruedas que no es sino el más dorado de los tronos… Decodificador de muchos estilos que los profanos conocemos algo mejor a él gracias, ni que sea en pequeña medida, desde nuestra militante ignorancia. Este señor ha traducido el redil (varios rediles, en verdad) de lo específico a un plano terrestre, puro esperanto del… ¿rock?. Llámemoslo así, aunque en justicia sea más. Esto de hoy, finalmente, no es sino un conato (torpe si quieren) de acercamiento a una fuente creativa en convulsión continua con bien poco parangón en la música del último medio siglo: Robert Wyatt.
Y es que se intentará, se hará lo que se pueda, claro. Pero es jodido que por un lado debamos referirnos a este solo álbum que corona la entrada en pugna y yuxtaposición al instinto asesino de hacer un acercamiento global a un artista tan enorme y que no había aparecido por aquí antes… Rematando, claro ello, con que un mero y fugaz «acercamiento global» a Wyatt es como un flyer para la chapuza asegurada ya de arranque. ¿Cómo entender, -tratarlo ni qué sea-, un disco de este señor sin saber de su icónica y eterna relevancia progresiva?… O los dramas personales  desde su biografía… O su persistencia en hilvanar jazz, rock experimental, folkeos de todos lo colores… O sus colaboraciones casi incontables… O el que sea venerado y reverenciado entre lo más manido de toda la galaxia pop-rockera desde el año la alpargata… (exagerado etc). Algunas de esas cosas se entienden, no hay secreto en ello, echándole horas de vuelo a su obra (de alguna manera todo lo referido se hace notar en su discurso musical) , y algunas otras no es sino la respuesta lógica a la asimilación de lo que escuchamos. La propuesta de Wyatt no es de afuera para adentro… Empieza su historia con todo en su interior, a punto de estallar, y deteniendo en pause-still el momento de la detonación… Desde Soft Machine (sino antes con The Wilde Flowers), en Canterbury, con Ayers y cia a mediados de los 60’s, y hasta anteayer. Y claro que no toda su obra son masterpieces, y (por lo general) su música no nos resulta apenas inmediata… Es la batalla del eterno explorador, por devoción y porque, sencillamente, no se detendrá jamás (no hagan caso de anuncios de jubilaciones anunciadas que este hombre es de «con las botas puestas» por naturaleza y sin poderse evitar). Da igual lo que pase a su alrededor: ¿qué gusta y la crítica se toca?… pues que les aproveche, ¿qué es flagrantamente ignorado/denostado?… pues ídem de lo anterior.
Tras todo ello, sencillamente referir que elijo «Shleep» por, se admite, ser mi predilecto en las últimas de lo que se reconoce, mayormente, por su discografía en solitario estándar. En él, tras  su onomatopéyico y cándido título, se esconde un viaje con más estaciones que el Orient Express del que se extraen (y extraerán) gemas casi a cada nueva escucha. Es lo de siempre con este señor… Más allá de canciones más buenas o más malas, es capaz de encapsular el tiempo en pasajes y momentos concretos que valen por si solos lo que centenares de otros discos. Esto és así. Sin más, la alegre algarabía cósmica de la inicial de «Heaps of sheeps» da la bienvenida reforzando esa bonita portada que invita al soñar despierto y dormido. Hasta coreos que le metió a este montón de ovejas al galope en slow time.  Y sigue «The duchess«…  Y, cómo siempre, Robert tiene esa virtud única suya de acercar el jazz a la cofradía prog (aún la más militante o cerrada que piensa que ese estilo es solo para los que lo tocan y el resto es postureo), y, de la misma forma, el prog al sibarita jazzero, sea en modo free o no, de turno (que pueda opinar que cualquier forma de rock o pop es, básicamente, inferior)… Eso «lo tiene», es suyo, sí (okey)… Pero más alla de etiquetajes y huyendo de esa necesidad congénita de tantos, por no poner todos y en mayor o menor medida, por clasificar, tenemos la enésima evidencia de que este señor tiene como un acervo propio. Un género en si mismo si prefieren. Tomemos por ejemplo esta pieza, evidentemente experimental, que le acerca a «Trout mask replica» (1969) lo mismo que, por qué no, a algún momento determinado del segundo disco de Eels (1998)… Es así. Demasiada distancia entre ambas cosas, demasiado distintos a cualquier nivel, y por ello y tras lo descrito (que és al fin a dónde se quiere llegar), realmente, ¿alguien piensa que puede limitar a Wyatt a un solo y genérico estilo?… ¿quizá a dos?…  Atendiendo además que el siguiente corte puede ser, -y és para el caso-, siempre algo distinto, otro volantazo y (sumemos todavía más) aún con las similitudes que nos hacen reconocer tan rápidamente al artista. «Maryan» es algo tan exageradamente hermoso y, a la vez, algo tan poco plano y evidente que intimida… Tiene vientos metálicos, y a la vez un limpiar escobillas casi de bossanova, hasta que asienta el liviano tono folk y lo reafirma (y lo hace cuajar) todo con unas cuerdas lloronas que desarman… Cuanta información, cómo procesar tanto… Pura emoción, mejor dejar de persistir en esbozar el menor de los sesudos análisis. «Was a friend» recupera la estructura menos inmediata (siempre en la medida posible con este músico) de la segunda pista pero, esos teclados… Ceremonial, casi fúnebre, el peso de una nota llevado al límite entre nuevos acercamientos jazzísticos. Y de nuevo el «elemento decodificador»… Nos lo traduce a los legos y hace que esa música, a veces tan complicada y retorcida para nosotros, nos abrace sin remisión. ¿Quién más puede hacer eso y ya sin entrar en toooodas las veces que lo ha logrado en su tan dilatada carrera?… Ni lo intenten que era retórico ello, adivinaron bien. «Free will and testament«, antes de saltar párrafo, ya no me parece ni de este mundo… Lo dejo en un «el cielo hecho música» que comentaba hace unos pocos días en alguna red social y punto. Y esa sensación, siempre presente con Wyatt claro, de que nadie ha hecho más música para todos con la eterna paradoja a cuestas, -insaltable paradigma aquí-, de que su música «no és para todos». O eso reza el prospecto, vaya… y seguramente porque a Robert, puñetero él en su visión y arte, le importa más iluminar los rincones oscuros de la sala de baile que el siempre tan confluido centro de la misma.
«September the ninth» sigue reforzando la idea motriz del álbum, ese leit motiv onírico que le alimenta desde la misma portada,  con otro ejercicio de free jazz reposado y esos vientos intermedios que se acercan y separan, meciendo, hasta que las voces dan el relevo para el tercio final. Otra miga de pan para el camino sin fin, vaya. Y, desde ahí, «Alien» coge el relevo para más de lo mismo que, contrariamente, no podría ser menos «lo mismo» en base a la música que se nos ofrece. Llegados a este punto, cómo no, ya hace rato que, perentoriamente, se ha dejado de molestar uno en tratar de encontrar la cantidad de géneros y subgéneros cruzados que puede meter este hombre en una sola canción… O estás para eso o te dejas llevar, está claro. Y lo segundo tiene la victoria tan exageradamente asegurada que para qué explicarlo. La más breve «Out of season» oficia de intermedio entre partes con su propuesta de folk marciano a modo embutido del bocata de Miles para la merienda. Y «entre partes», básicamente, porque las dos que vienen ahora son tan distintas entre si como con todo lo que precede… Y aunque sea ello una constante tan marcada en el habitual proceder del artista (insisto, que ni me cansa ni me pesa, que limitar a este músico a criterios progs o jazzísticos es quedarse un bastante en la superficie). «A sunday in Madrid«, otra de «mis más elegidas» de la colección, es como la Incredible String Band en una tarde de vacaciones por la big city. Con su modo de incesante speech y encontrable (y hermosa) melodía instrumental de fondo encuentra a su vez, por si poco fuera, su relevo en este «Blues in Bob minor» que es, para entendernos, el momento mas «movido» del viaje y algo para lo que, directamente, no hay dinero en este plano de existencia… Y ya está bien que de vez en cuando haga alguna de estas Robert. Así deja claro que el camino, tan suyo  y tan propio, que ha elegido y le caracteriza no es óbice para que en un momento dado haga algo más o menos «estándar» y nos recuerde a todos que a completo le tosen bien pocos… aunque, ojo, se reincide en el «más o menos» (que están los teclados, percusiones y -parte de- todo lo demás, cómo no… no olvidemos sobre quien tratamos). Punto final con la tenue, espectral en verdad, instrumental de minuto y medio «The whole point of no return» que és como el final de los sueños y que, contradiciendo a su magnífico nombre, no te deja otra que volver a empezar desde el principio…»És un poco sobrecargado/hermético/pedante (etc.) este señor… no hay para tanto»… Y te lo repites -en bucle- una y otra vez… Sin podértelo explicar del todo pero tampoco sin poder evitar escucharle al menos una última (que siempre és «otra» que no «última») vez. Es lo de ver la famosa Esfinge a un palmo para no dejar de observar una piedra y sólo cuando uno, sea por accidente astral o iluminación psicotrónica, decide dar unos cuantos pasos atrás para contemplar el tema en plenitud, y sólo entonces repito, le queda al fin la indisimulable cara de gilipuertas al asimilar…»La hostia puta !». Eso sería, sí. Ni más ni menos.
Definitivamente ya, lo dejo en que para mi (y muy humildemente) Wyatt és, sea ciñéndonos al disco hoy destacado o generalizando (uno de esos casos tan contados en la vida donde ello no incurre en error), como ese libro enorme, gigantesco grimorio mamotretómico, con en el que uno se pelea siempre… Lo aparca, lo recupera, lo abraza y lo repudia… Hasta que, finalmente, te sobreviene la risa al entender, al fin, que el muy puñetero te ha vencido en tu puta cara y no te diste ni cuenta. ¿Alguna vez han jugado al ajedrez contra alguien que realmente, pero realmente (no de boquilla o gratuita jactancia), «sabe» de ello?… Ese momento en que, contra todo pronóstico, resulta que en verdad no tenías control alguno y, de inmediato, sabes que nunca lo tuviste… Robert Wyatt es, con perdón, el cabronazo Maestro de los cojones que esboza una casi imperceptible, afable y muda sonrisa al otro lado del tablero.
 
Robert Wyatt – «Shleep» (1997) : 10 / 10
01. Heaps of Sheeps/ 02. The Duchess/ 03. Maryan/ 04. Was a Friend/ 05. Free Will and Testament/ 06. September the Ninth/ 07. Alien/ 08. Out of Season/ 09. A Sunday in Madrid/ 10. Blues in Bob Minor/ 11. The Whole Point of No Return.

Por Guzz.

Latest posts by Don Guzz (see all)


2 comentarios

  1. Absolutamente de acuerdo, Guzz. Para mí "Rock Bottom" es uno de los mejores discos de todos los tiempos, a la altura de "Kind Of Blue" o "Revolver", por ejemplo. Si comparas sus segundo disco con el primero (puro free jazz), te das cuenta que de aquel terrible accidente nació un artista nuevo, un universo único en el que la canción ganaba peso, pero construida de una manera personalísima, casi mágica. El álbum que nos traes mantiene la línea de trabajo establecida en 1974, como lo hacen otras joyas como "Cuckooland", y se establece como pieza única e insobornable de la década de 1990. A nivel personal, completa el cuadro la sintonía política que tengo con Robert Wyatt. Dice mucho y bien de ti, Guzz, que hables de un artista tan sensible y creativo como el ex Soft Machine.

    Un abrazo.

  2. Imperdonable cuenta pendiente, ademas de esas que llevas demasiado tiempo dejando para un poco mas adelante, leerte es entrarme prisas, ojala sirva para decidirme, empezare con este, eso te lo aseguro.
    Abrazo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Artículos que te pueden interesar