Críticas Discos

El primer disco que compré de Tom Waits fue «Franks wild years», del que decir que (meramente) «me gusta» es quedarse en Andorra para llegar al Nepal… Con el tiempo, desde ahí, cielos e infiernos serán límites (este hombre tiene discos que me parecen únicos y básicos en el medio lo mismo que alguno que otro -muy señalado, eso sí- que, francamente, me supera o sencillamente es que no soy capaz de pillarlo), pero my god, estuve demasiados años desconociendo que en esos dos primeros discos, mientras el hombre iba afilando la satánica garganta hacia el destino que tanto le define y aplaudimos (mayormente), se había jugado este tan wonderfulero partido… Con el tercer álbum, sigamos, ya tenemos (en efecto) casi cuajado del todo el registro habitual que se cristaliza definitivamente en «Small change» (que será majo Mr. Waits que con dicho título nos ayuda a todos a ubicar historicamente el km.0 de su vocal metamorfosis definitiva). Pero con ese par de salida, «Closing time» y «The heart of saturday night», tenemos a un primerizo y desconocido Thomas Alan Waits quien con una serie de canciones en la mochila aún tenía que hacerse un nombre…  La diferencia, por cierto, entre ambos trabajos es clara: el segundo es un buen disco, de esos que conviene ir reivindicando de vez en cuando aún a pesar de la fama del ente firmante pero, al tanto, el primero -y estreno- resulta un «incunable» con todas las de la ley (o por lo menos lo resulta al honesto parecer de uno). Un álbum este «Closing time» que, por supuesto y ya de inicio, está bien regado por la fascinación hacia la beat generation, el tributaje a los Dylan, Nilsson  o Newman lo mismo que a los Charles o Watters (etc), la pleitesía por los grandes del jazz ever y, faltaría, una querencia y devoción infinita por la vida nocturna en la urbe (con sus infalibles  neones zurriendo a modo de eterno faro-guía y demás). Pero es que, además de todo ello, menos rollo y ni qué decir, qué canciones  por dios… la madre qué lo parió al de Pomona !.
Veintitrés añitos que tenía el puñetero cuando lo parió… Lo que por si solo no debe impresionar quizás (hay quien ha firmado masterpieces aún con menor edad, es de recibo)… O quizás sí… Pues és precisamente esa edad de la mano con los registros, temáticas y personalidad imperantes una de las cosas que más pueden llegar a fascinar de artista y disco. El proceder de Waits no era, nunca lo será, inmediato, goloso de primeras… Y hay motivos de amor y desamor en tropel en este primer trabajo como ya sería de esperar, pero… La manera de abordarlos, así como esos impagables (y tan gráficos) virajes de nostalgia, le colocan en un nivel muchos más elevado del chaval con ínfulas que se ha leído cuatro cosas de Kerouac o Ginsberg y se ha columpiado con la cadena el wáter… Hay un sentir honesto y dolor creíble, despojado de imposturas, en su tan marcado discurso y ejecución. Y ya que de nostalgias tratamos, cómo olvidar ese arranque (de disco y carrera) que es la coreable «Ol’55«… «Las estrellas empiezan a desvanecerse, y yo encabezo el desfile. Deseando haberme quedado un poco más»… Grandes palabras para una bienvenida que parece una despedida de esas de peli buena de otra época, en oscuro fade out descendente hiela-sangres. El discurso piano-acústica-contrabajo imperantes se apodera de uno desde ya y, sin mediar naderías que valgan, sigue el baladón de dejes folkies «I Hope That I Don’t Fall in Love with You» que és una de las cosas más bonitas que se pueden escuchar. Sin más. Magistral contraste entre forma y contenido (el título ya lo deja todo bien diáfano, sí) y, en verdad, una de las mejores y más insaltables canciones que jamás le haya escuchado al magistral músico (con la constancia de la barbaridad que ello pueda parecer a alguien, pero así és para quien suscribe). La sigue «Virginia Avenue«, donde la formación jazzística de club de la que emerge, principalmente, nuestro protagonista se puede tocar ya de pleno. Hipnótico deambular callejero sin rumbo claro y primera oda a esa «noche en la ciudad» a la que tanto cantará (puro «Ascensor para el cadalso», oigan… sin la Moreau, claro, pero sí con el espíritu de Miles de corcheas presentes). La muy dylaniana «Old Shoes (& Picture Postcards)» vuelve a la agonía de la ruptura, el último beso y el adiós postrero. Más belleza acústica encerrada en un puño para un trabajo que, ya vamos cayendo en ello, no es tan parecido en sus partes como pudiera intuirse a priori ni, desde luego, deja espacio alguno a lo baladí (todo es tremendo, a la manera que toque -sea callejeo trompetero o folk de acústica rasgada sin apenas aderezo-, pero todo al fin). Tiempo para toda una debilidad como és «Midnight Lullaby«… Precioso recordar de sueños compartidos pasados, de charlas nocturnas  en el alféizar de la ventana y subrayados a su vez por una despedida (en lo musical) que es puro almíbar de club del gourmet. Y para cerrar este primer acto nos queda ya nada menos que esa preciosa «Martha» de la que Buckley Sr. (ya saben uds, ni qué decir: si adoran al hijo adorarán al padre) diera también buena cuenta algo después… Increíble, estremecedora conversación telefónica entre viejos amantes que se ponen al día con un sangrante significante de «oportunidad perdida» rajando la superfície desde el fondo. De las elegidas de un elegido. Así de rimbombante pero, de la misma forma, así de indesmontable que resulta la cosa.
Para esta segunda parte el bardo se arranca, directamente, con el canto/lamento a la luna lunera del amante no correspondido por parte de esa «Rosie» que no está por la labor. Y  no hay pomada que valga, está claro, el tipo se refocila sin autocompasión que medie y con la única compañía de un solitario gato callejero, que pasa a la carrera y con el que, es bien probable, hasta se identifique habida cuenta el sentimiento vertido. Claro que si «Rosie» es la agonía, «Lonely» ya resulta, directamente, la desolación de ánimo hecha canción. La derrota y soledad asumidas tras lloreras y borracheras. Y siempre lo diré, no me pesa ello:me gusta el Waits de «monster voice» como al que más en un momento dado pero, atendiendo muy especialmente a este elepé, siempre pienso que el tipo nunca dejará de debernos algún trabajo más desde estas primeras pero más cercanas (de alguna manera) formas… Se pondrá tibio a whiskyses hasta tener la voz de caverna de ese tío suyo que tanto le fascinaba y firmará piezas memorables en más que apreciable cantidad, pero esta manera de proceder (sin la posterior careta sónica tan familiar, aunque entrañable también, de su voz) merecía cierta continuidad… Se aplaude el cambio, faltaría (eso es lo que le hace tan único y ubicable en las últimas), pero un par de «disquitos» más antes del «cambio» hubiera sido el tocamiento total (al menos desde mi humilde perspectiva de ferviente seguidor del Neil más acústico, el Dylan menos acompañado y el Randy… Bueno, este que haga lo quiera, sí).  Además, sigamos, cuando pienso que este es el disco de «Ice Cream Man» ya el tema, la certeza absoluta de estar frente a un inmarcesible clásico del medio, es definitivo… «Tengo un gran palo que va a volar su mente. Porque yo soy su hombre de helado»… Toma ya. Y se queda tan ancho. Genial, la pieza más vivaracha del lote, con su cojonuda intro (y outro) pianil y su tono raycharlesiano por monteras… Y aunque desde ahí remontar el vuelo puede resultar o parecer jodido, más volviendo a refugiarse en las formas más reposadas que rigen por goleada en el global del álbum, el tio se saca del badajo la carta del crooner putámico y cual Sinatra despelotado (aunque a su manera, obvio) clava la love song por antonomasía del disco. Así, pasamos del garrote del heladero al final de esta «Little Trip to Heaven (On the Wings of Your Love)» y lo de: «When I see your smilin face, I know nothing’ gonna take your place»… Y pareciera, con permiso del heladero, que aquí ya no quedan palos por tocar, en efecto. Aunque, por si acaso, esta «Grapefruit Moon» ya en la antesala del cierre, nos regala una melodía clásica (que «otra», sería más correcto) de pleitesía total… De despedida de film de Allen, de puro Cole Porter y tentetieso. Tremenda, maestra en realidad, la luna de pomelo y su inspiración. Y sus recuerdos a destilar. «Closing time» és, finalmente, la sentida y preciosa pieza instrumental que, amén de encabezar tan inolvidable guiso, nos da ya la despedida en la hora de subir las sillas a las mesas e ir apagando luces.
En definitiva, cojonástico estreno para un músico que, en efecto, necesitará de sus renombrados discos ochenteros para ganarse del todo la vitola de «clásico indebatible» pero que, tampoco quepa duda, ya nos dejaba aquí (de primeras) imperecedero testimonio de su secular grandeza. Imprescindible de los de arresto por omisión. Sin más y (nuevamente) menos rollos, vaya.

Tom Waits – «Closing time» (1973) : 10 / 10
01. Ol’55/ 02. I Hope That I Don’t Fall in Love with You/ 03. Virginia Avenue/ 04. Old Shoes (& Picture Postcards)/ 05. Midnight Lullaby/ 06. Martha/ 07. Rosie/ 08. Lonely/ 09. Ice Cream Man/ 10. Little Trip to Heaven (On the Wings of Your Love)/ 11. Grapefruit Moon/ 12. Closing time.

Por Guzz

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9 comentarios

  1. Tengo un poco olvidado a Waits, lo reconozco, me gusta y mucho, pero siempre anda yendo y viniendo, la últma vez que estuvimos juntos fue bajo el influjo de "Swordfish Trombone" y este, que fué el primero mío (cronológico que es uno), lo llevo sin pinchar ni sé, me has inspirado y hoy se viene al curro conmigo.
    Lo que hacen algunos con 23 añitos.
    Gran reseña como siempre. Un abrazo.

    1. Gracias Addison. "Swordfish" es la panacea, -seguramente la perfección de su estilo ya consolidado-, para mi también y ni qué decir (solo por "in the neighborhood" ya sería un clásico de ley), como los dos que le siguen y algunos que preceden (blue valentine, mismamente, es la pera limonera). Pero esa voz más "limpia" y lo desnudo de este estreno me lo hace especialmente querible… No lo pondría alegremente por encima del que mentas, Rain o Franks, pero tampoco en ningún caso por debajo.
      Abrazo Mr. De Witt.

  2. Soy un absoluto enamorado de este Closing Time (debe ser de los primeros discos reseñados en la Limusina). Pocas obras más arrebatadoramente hermosas y bellas como el debut del de Pomona, esa "Martha" por favor!!!!!!
    Mi primer Waits también fue el Franks, por cierto. Entrada fetén, Guzz. Abrazos

  3. Aquella compra fue épica de narices por mis partes Coops, y un poco rara… Series medias… "Closing time" y el cuarto de los They Might be Giants… Eso sí, coincido desde luego, este estreno es sin duda "uno de esos discos" de ínsulas deshabitadas (o "susceptible de" al menos, que ya no poca barbaridad resulta). Y qué lyrics se marcó el tío, además… Lo tiene todo, vaya.
    Abrazo Agente.

  4. No recuerdo yo cuál fue mi primer Waits, quizá también "Frank's", pero siento por su primer disco un cariño y un aprecio similares a los tuyos. La verdad es que coincido en casi todo lo que dices, Guzz, muy bonitas tus reflexiones sobre las canciones de amor de Waits, siempre tan emocionantes.

    Un abrazo, majo.

    1. Ahí estamos, Gonzalo. Es realmente enmarcable y acojonante ver como Waits va puliendo su discurso hasta alcanzar el nivel de sus más reputados/reputámicos elepés ochenteros, pero este primer paso es igual de imprescindible… Para mi, y a pesar de tanta grandeza que nos regalará a posteriori, es algo así como la viga maestra que sostiene todo lo que seguirá.
      Abrazo exilioguzzero.

  5. Una gloria de disco. No entiendo a esos que lo denostan en base a no se que estilo no encontrado – incluido el mismo Waits. Seguramente es el disco mas "facil" de escuchar de Tom pero tambien el que pone las bases de otros como The heart of Saturday Night o Blue Valentines. Ahi es nada. Lo adoro hasta lo inconmensurable. Grandiosa entrada.

  6. Gracias Mr. Aybar. Coincidimos de pleno: "Closing time" no es un gran disco "para ser un estreno"… Es una masterpiece de forma intrínseca y por pleno derecho por mucho torreón que aguarde (que son más de uno y de cuatro, está claro) en el futuro del genio de Pomona.
    Abrazo guzzero.

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